APOLO SE ENAMORA POR PRIMERA VEZ
Apolo la miro por última vez antes de desaparecer entre las nubes.
Nunca le había costado tanto apartar la vista de una humana, y había conocido a
muchas bellas jóvenes en el mundo de los mortales. Pero ella tenía algo
diferente, tal vez el color verde de sus ojos que no parecía de aquel mundo.
Tal vez era una diosa caída castigada por su padre al mundo de los humanos y al
caer se había olvidado de sus orígenes.
Apolo le dio muchas vueltas y ninguna teoría suya le convencía.
No quiso darle más importancia; pero escucho su voz mientras se hacía de noche en el mundo de los mortales. Escucho
su risa y la de otros jóvenes. Y
quiso saber porque reían. Se castigo por dentro por incumbirle asuntos mundanos,
pero no pudo evitarlo, quería ver aquellos ojos extraños de nuevo. Así que bajo
en forma de lluvia al mundo de los humanos y dejo caer su cuerpo mortal delante
de aquel bar en el que los jóvenes habían decidido pasar la noche. Abrió la
puerta del local. Apolo era apuesto -el
dios de la belleza entre muchos de sus atributos otorgados a lo largo de los
siglos-; y los jóvenes del sitio se dieron cuenta enseguida de la presencia de
aquel joven alto, moreno y estéticamente perfecto que entraba casualmente a
aquel bar que no poseía más belleza que su nombre curioso, “El Silencio Nuestro”.
Apolo, que como dios nunca había titubeado al conseguir lo
que quería, se acerco al grupo que reía y busco los ojos verdes que tanto le habían
cautivado; y cuando los hubo encontrado se quedo inmóvil observándolos, por
primera vez, confuso y atónito por tal belleza reducida en un espacio tan pequeño.
La joven, que aún llevaba en su boca la sonrisa de la conversación que hacía
poco mantenía miro al joven de ondulados cabellos castaños y le pregunto por
sus intenciones. Tal vez era un conocido y no era capaz de reconocerlo. Apolo volvió
en sí y sonrío confiado.
-Soy Apolo-dijo sin más. Pudo notar la rareza en los rostros
de sus observadores, pero no le hacía sentir inseguro -ni nada menos-, pues él
era un dios, el dios Apolo. Si cualquier mortal llevara aquel nombre, él estaría
encantado de concederle un sitio en el Olimpo, pero no conocía a nadie, a ningún
mortal que se mereciera tal honor, y sabía que no había ninguno, así que el
pensamiento se quedaba en un rincón de su mente, como un fugaz disparate
divertido.
La joven, que le miraba de una forma extraña y desconfiada
pero sin dejar de notar su belleza dijo su nombre con dulzura. Se llamaba Ife.
-Que nombre más peculiar. ¿Sois de algún país extranjero?
-Mis padres son egipcios-respondió con seguridad. Parecía
estar acostumbrada a aquel tipo de preguntas, y eso irrito al dios Apolo, ya
que no le gustaba hacer lo mismo que los demás. Pero tenía la sensación de
perder las normas de su propio protocolo egocéntrico cuando la miraba a los
ojos. Tenía la sensación de convertirse en… en algo muy alejado a un dios todo
poderoso. Quiso preguntar qué significaba su nombre, pero por primera vez las
miradas de toda esa gente le intimidaron. Quería estar a solas con aquella tal
Ife de padres egipcios pero ella no parecía estar dispuesta a moverse de su
lugar. Y eso le irrito de nuevo ya que nunca había tenido que pedirle a nadie
nada.
-¿Necesitas algo?-pregunto Ife. Su voz para el dios era como
música; música sin notas ni acordes… solo… melodía perfectamente compuesta por
sus labios y dientes. Y se sintió débil por aquel pensamiento de adoración por
otro ser vivo que no fuera… él.
-No. Perdone las molestias. Debo de haberla confundido; pero
ahora que la miro bien…-sonrió con incredulidad-sería imposible confundirla.
Ife sonrío también, pero esta vez con rubor en sus mejillas
morenas; y se hecho un mechón de pelo detrás de la oreja, mirando hacia abajo.
Antes de darse la vuelta e irse el dios de la belleza,
también conocido por su carácter fuerte y tozudo, le pregunto a la joven de melódica
voz si le apetecería salir algún día con él a la orilla de algún río, en el porche
de alguna cafetería, o a la tenue luz de unas velas para cenar.
Se miraron fijamente a los ojos durante segundos que
parecieron horas para sus acompañantes, a la expectativa de aquel suceso tan
poco habitual que llenaba las vidas de muchos con futuros cotilleos.
-No te conozco. Lo siento.
-Podría venir aquí mañana a esta misma hora; y podrías venir
tú casualmente también. Nos podríamos sentar en la misma mesa y charlar como
los amigos hacen cuando se encuentran casualmente en un bar.-Escucharla reír
fue otro nivel que le hizo querer con más intensidad conocerla hasta los
huesos. Debía de ser una diosa desterrada a la Tierra. No había otra explicación.
-Está bien-dijo ocultando su eterna sonrisa de vergüenza
juntando los labios.
-Está bien-repitió Apolo.-Hasta mañana pues, joven Ife.-y se
dio la vuelta y cruzo la puerta por la que había entrado; y subió hacia el
cielo transformado en cuervo.
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