LA CHICA SIN PELO
Una chica sin pelo que baila por
primera vez en un club en el que el aire es humo de tabaco es el ángel que
escoge quien se muere y quien se queda. Sus brazos y piernas se desordenan cuando
su cuerpo se mece a su voluntad. Sus ojos se cierran sin esfuerzo y sus labios
forman sonrisas casuales mientras la música y el humo se unen entre cuerpos
sudados.
Su cuerpo brilla y cuando su piel
roza otras pieles se encuentra con la muerte; pero ya la ha visto antes así que
sigue bailando, porque no sabe si mañana el club seguirá abierto, y mientras haya luna ella seguirá moviéndose, sola, como una estrella, como el agua en un riachuelo
que anhela un labio. Un halo de salvajería hace que su baile sea el único con
sentido; el único con destino; el único con propósito. Y no ha bebido, ni comido,
ni respirado desde que está allí; la música es su aliento y el baile su
alimento, y es fácil para ella olvidarse de todo y creerse perdida entre
multitudes que nunca conocerá, y la voz que le canta es un susurro para su subconsciente
que le grita: “Vive un ratito más”. Se siente cera que se ha dejado de resistir;
allí está la mecha y está dispuesta a dejarse quemar; ya no quiere aguantar
más, quiere jugar con fuego y nacer una y otra vez. Nacer, allí mientras baila,
mientras muere y renace en cada salto; nacer, con los pies en la tierra y la
cabeza en las nubes; nacer, como una niña de nuevo, como un pájaro, como un
tigre hambriento; nacer, caer, resbalar.
Y llora. El baile la hace llorar
mientras revive en esta piel que se desvanece. Y la gente la observa; miradas desconocidas
la sienten y quieren nacer con ella. Quieren su sudor, su piel, su cabeza sin cabello;
quieren sus ojos cerrados, sus sonrisas sin fecha, su cuerpo libre, su mente
salvaje. Quieren convertirse en sus pies descalzos, en su amor, en su dolor.
Quieren ser sus lágrimas; quieren
ser su nido, su camino y su riachuelo sin rumbo fijo. Lo quieren todo de ella,
porque no saben si ese club seguirá abierto mañana, y no saben si la música será
eterna, no siempre lo ha sido, hay duda en sus ojos. Quieren serlo todo, junto
a ella o a miles de kilómetros de su cuerpo. Y como un suspiro la música se detiene,
como la multitud teme, y todos respiran con la fuerza de miles de tormentas anémicas.
Tormentas exaltadas, excitadas, con el cosquilleo del destino en la punta de
sus dedos. La música suspira con lentitud y la chica sin pelo abre los ojos. Y
ahí está, en esos ojos, todo lo que quieres y no necesitas.
Todos la miras, y como
no iban a hacerlo, si cuando Dios te pone a un ángel en la Tierra, lo único que
puedes hacer es mirar.
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