Al lado de mi casa hay un instituto. Y me resulta extraño pensar que hay gente que ha nacido, crecido e ido a la escuela en Barcelona. Me resulta extraño que esas calles que yo ahora contemplo por primera vez sean las de toda la vida para ellxs y que se conozcan los bares, las tiendas más baratas, los atajos, las plazas, como la palma de su mano. Me resulta extraño. Porque yo sigo saliendo por el balcón y sorprendiéndome de vivir donde estoy viviendo, de ver el sol ponerse con esos colores tan intensos, de ver el Tibidabo iluminarse cada noche, de tener una habitación con puertas de esas antiguas y de llenar el salón de plantas.
Chocolate
Un día estaba hablando con mi hermana mayor sobre las debilidades personales, y le expliqué que mi gran adicción, con la que perdía el control absoluto desde bien pequeña, era el chocolate, y que resultaba casi imposible comprar una tableta de este y esperar que llegara entera al final de la semana. Por lo que había decidido, desde bien chiquita, que era mejor no comprar chocolate, no tenerlo en casa y, por tanto, no caer en la tentación de devorarlo en un solo día. Mi hermana me miró curiosa y me preguntó: "Entonces, prefieres privarte del chocolate a gestionar el ansia que te produce, ¿No?". "Por lo que parece sí", le confesé. Y considero que es una de las lecciones más importantes que mi hermana, sin saberlo, me ha dado con una simple pregunta, ya que yo siempre estoy hablando sobre la importancia de la gama de grises a la hora de tomar decisiones, pero la realidad es que siempre estoy, como una pelota de tenis en la pista de juego, entre el blanco y el negro, y...
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