SECRETOS

Estuve los cuatro años de secundaria tapada hasta el cuello.
Aborrecía mis curvas, mi carne, mi cara, mi cabello, mi pálido color. Aborrecía cada centímetro de mí.
“¿Por qué ellas y no yo?”, me preguntaba una y otra vez. Una constante comparación.

La ropa no resaltaba mi figura, la ocultaba. Me daba demasiado miedo sacarla al exterior. ¿Quién querría ver tal horror? ¿Quién querría amar aquella barriga si yo la odiaba?
El espejo se volvió mi enemigo. Odiaba mi reflejo. Odiaba que lo que veía fuera la realidad. Me odiaba. Odiaba cada parte de mí. Odiaba mi personalidad. Odiaba mi miedo, mi poca autoestima. Odiaba mi cuerpo. Me aborrecía a mí misma. Quería desaparecer; no solo por la forma irregular y abstracta de mi cuerpo, si no por el caos de mi cabeza.

Odiaba el verano. El calor. ¿Cómo iba a descubrirme? Me daba asco. No entendía porque tanta cintura, por que tantas piernas, porque tanto pecho. Porque tanto todo.
¿Por qué ellas y no yo? ¿Por qué ellas tenían aquel cuerpo hermoso que tanto gustaba y que podían lucir? ¿Por qué ellas y no yo?

Mi madre era -es- preciosa; con un rostro hermoso y un cuerpo perfecto. Mi padre flaco como una tabla de surf. ¿De dónde habían salido mis cuervas y mi cuerpo grande? ¿Por qué a mí?

Y quería llorar. Y lo hacía. Lloraba. Todo para mí. Toda la rabia para mí. Todo el miedo para mí. Todas las lágrimas para mí. En cualquier caso, a nadie le importaba. Todos mis secretos para mí. Por eso se llamas secretos. A esas z***as asquerosas no les importaba si te querías morir. Pero seguro que pondrían una rosa en tu funeral y le dirían a tus padres, mis padres, que era una chica estupenda. ¿Qué sabrían ellas?

Recuerdo haber acercado  mi boca al borde del mármol blanco más de una vez y poner mis dedos en lo más hondo de mi garganta. Riéndose mi cuerpo me impedía vomitar y me decía:
“Tú no”
“Está bien”, le decía con rabia y llanto cansado. “Yo no”

Dejadme deciros que mi cuerpo nunca ha sido lo que querría que fuera, hay veces que me gustaría coger un cuchillo y cortar todas aquellas partes que me impiden probar el mar, luego recuerdo que eso dolería más que mi infierno interior.

Ahora se crear confianza y autoestima. He aprendido como mentir, como hacer ver que esto que cultivo me resulta hermoso porque es mío.  Ahora es fácil decirme que soy bonita, porque no lo considero una completa mentira. Hay veces que me veo preciosa.


Ya no cubro mi piel con capas y capas de inseguridades. Conozco los poderes de mi cuerpo. Pero la ropa no realza nada, solo engaña y tapa. Mi verdadero cuerpo, el que tanto me ha costado aceptar (y que aún intento aceptar) está bajo mis pantalones, bajo mis camisetas, bajo mis sonrisas. Y después de mucha terapia personal e individual, sola en mí cuarto y dejando que el tiempo pasara, aprendí a decir: Me quiero. 

No porque me quiera otra/s persona/s, sino porque esto que tengo, esto que veo, esto que veré. Es lo que hay. Sip... 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Aprendo (a veces)

DOMINARME