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Mostrando entradas de abril, 2020

SOLO ENTIENDE DE LATIDOS

Me hago pequeña contigo, y me hago grande por ti. Los gestos de amor consisten en eso, en hacerse grande pero hacerse pequeño a la vez, y no perder la esencia de lo importante. Y la esencia de lo importante... no sabría decirte que es, la verdad, porque parece que para cada uno es una cosa distinta. Conozco a una persona, por ejemplo, que cuando sopla pestañas, velas de cumpleaños, o dientes de león, pide poder vivir de lo que más ama; hay otra que lo que más disfruta haciendo es cuidando y conectando con otras personas dispuestas a conectar; y hay otra que siente un gran placer estando en soledad.  Hay esencias para todo; y hay personas para todo tipo de esencias. Y no son aleatorias, ya que lo que uno desea, lo que uno quiere, lo que uno ama... no es aleatorio, son cosas que han sido construidas alrededor nuestro y nos han creado como individuos; y por eso es tan potente, porque puedes ser  pequeña, como tu, pero sentirte eterna, como tu también. Tal vez la esencia colectiva consi

ESPERARME

La soledad no me molesta, todo lo contrario; me permite no darle explicaciones a nadie, ni justificarme, ni disculparme, ni hacer aquello que debería de hacer porque estoy con gente (sea lo que sea que debiera de hacer...). La soledad me permite sentirme mal sin sentirme mal por hacer a otros incómodos con mi descontento; me permite sentir angustia y odiarlo todo sin tener que explicarle a la gente como se puede odiar y amar a la vez. Todo el mundo te mira siempre con ojos de cordero degollado, ofendidos, si ven que están en tu lista de contradicciones pasajeras. Nos cuesta creer no ser bienvenidos en los círculos ajenos de angustia y que no nos explique la gente sus penurias. Pero realmente no estoy sola, por eso me cuesta tan poco aislarme del mundo y ser únicamente el pensamiento fugaz de alguien en algún momento del día; o no ser absolutamente nada en ningún minuto de nadie. Eso también nos cuesta aceptarlo. No estoy sola, y estar y sentirse, no son el mismo concepto en abso

NO NOS ENSEÑAN A MORIR

Cada vez estoy más segura de que la vida duele más que la muerte.  Se me encoge el pecho, y siento un dolor que no me corresponde pero por alguna razón la garganta me chilla y las lágrimas me piden marea, y llamar a mi madre. Y es que he pensando en los que se quedan cuando alguien se va, en los que se quedan con los recuerdos, con la ropa en los armarios, con las colonias o perfumes a media botella; he pensando en los que tienen que convivir con habitaciones vacías al otro lado del pasillo, o los que se quedan con la memoria de una canción, una película, una fotografía, un restaurante, unas sabanas frías...  Y no tenemos tiempo, no tenemos días libres, ni prometida jubilación en esta vida lineal que nos venden y que tan fácilmente compramos. Es todo mentira, porque un día te despiertas y ya no eres tu, y los demás dejan de ser ellos; y si un día desapareces, dejas a todos pensando en todo lo que podrían estar haciendo y  que no hacen, en todas las luchas que podrían quedar

LLUEVE

Llueve. Estoy en mi casa. Hecho de menos tus besitos de pajarillo acicalándome las mejillas. Llueve, y las casas de enfrente tienen las luces encendidas, preparando la cena, o mirando alguna película, o follando, o no. Llueve, y las farolas están despiertas pero no alumbran a nadie, porque nadie se atreve, y porque a nadie le gusta la lluvia en primera persona. Llueve, y sigo echando de menos el vino con ellas, y salir a bailar, y la universidad. Llueve, y tengo hambre pero no sé qué comer, o qué dibujar, o qué escribir, o qué decir, o qué pensar, o qué hacer. Dejar para mañana lo que podría estar haciendo hoy, ahora mismo, en estas horas que me quedan antes de desconectar (si es que no lo he hecho ya), o parar, y sentirme culpable por no hacer nada, y hacer, y hacer, y hacer para no sentirme culpable, estresada, presionada. Productividad Alba, productividad. O quedarme en el sofá un ratito más, con una manta y la tele encendida de fondo, haciendo ruido, llenando el vacío

ME REPLANTEO

Me replanteo cosas. Me replanteo a mi misma, en el vacío, entre la multitud. Me replanteo el papel que empleo en esta batalla en silencio, que se libra con espinas y gana quien tiene más pétalos olvidados bajo la cama. Me replanteo la soledad, la inspiración, la música, la terraza, la cortina tapando la puerta abierta para que no entren abejas. Me replanteo el concepto de amor, el concepto de persona, el concepto de libertad. Me replanteo la idea de casa y de salones vacíos. Me replanteo el temblor de la piel; el temblor que calienta, que me hace entrar en estado de calma, en estado de euforia; en el amor, en el sexo, en el sueño, en el baile, en el beso, en la meditación, en la oscuridad de mis ojos abiertos. El temblor, a secas, me hace replantear la idea de estar despierta.

OCHO

Mi primera experiencia sexual fue a los ocho años con mi hermano mayor de dieciséis. Y eso, cuando lo pienso, es una locura. Aprendí a besar, a acariciar y a seducir; aprendí a ceder, a sexualizarlo todo como él lo hacía. Aprendí a tocar. Y cuando lo pienso, me parece tan lejano y extraño, que a veces me cuesta creer que aquella niña fuera yo, en esa habitación con literas, con esa vidriera cuadradas de colores que daba a las escaleras. Aquellos vidrios gruesos de colores opacos solo nos dejaban ver la sombra borrosa de aquel que subiera por dichos peldaños. Y era nuestra alarma, nuestra alarma para parar.  Ahora, con veinte y un años, miro atrás y todo me parece una extravagante película hecha por un guionista desorientado, pero por suerte yo ya salí de la desorientación, y aquella niña se ha librado de la vergüenza y la culpa que sentía. Una culpa nacida del miedo, del haber cedido, del haber seguido para complacer a una figura que me dijeron que tenía que admirar, que tenía que r