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Mostrando entradas de octubre, 2020

LAS ENREDADERAS QUE PROTEGEN TU CORAZÓN HIEREN A AQUELLXS QUE QUIEREN QUERERTE

A veces la pena se hereda, estoy segura. La tristeza repentina, el odio, el rechazo, el miedo, las inseguridad; se acumulan como granos de arena, y por el poco espacio de la pecera al final agrietan la mente y se caen, como una cascada, todos de golpe.  Yo he heredado esta melancolía de mi padre, que vive su vida con un vacío inmenso dentro; un vacío que nadie puede curar porque sus muros ya se han hecho invencibles. Siento pena por su vida, por su corazón que palpita tímidamente esperando la lagrima que nunca cae. Siento pena por sus ojos, que miran pero no ven, que quieren volver a esa época donde mis hermanos y yo éramos pequeñxs, aunque no fuéramos felices del todo; donde cada verano nos quedábamos en su casa, donde para él era fácil demostrar afecto llevándonos a comer fuera, o al parque de atracciones, o viajando hasta Venecia en autocaravana.  Y te digo de ir a tomar algo y no lo hacemos y no me llamas y no me escribes ni me vienes a ver si yo no te lo pido. He aprendido a enten

COSAS

A veces me miro al espejo durante un largo rato.  He cambiado mucho.  Parezco mayor, claramente. Me parezco a mi madre cuando era joven, y eso me gusta.  Me ha crecido el cabello, y he aprendido que peinándolo después de ducharme me lo deja bonito cuando se seca.  He cambiado pero me sigo reconociendo.  Me veo más mayor, estoy diferente; sigo usando pendientes siempre antes de salir de casa, sigo usando gafas aunque ahora disfruto ir con lentillas; se me siguen cortando los labios cuando bajan las temperaturas y ponerles cremas parece irles peor. Sigo poniéndome un poco de rimel en las pestañas pero a veces salgo de casa sin nada en la cara. Me siguen saliendo puntos negros y se me enrojece la nariz por el frío. Sigo esperando el otoño, la lluvia y los días de invierno en los que ponerme bufanda y gorro y capas y capas que arropen mi cuerpo. Sigo insistiendo en hacerme agujeros en las orejas y estas siguen insistiendo en que no les va bien; así que estoy aprendiendo a rendirme a mi mis

SANAR

Sanar es un concepto interesante. Yo he tardado cuatro años en decirle a mi abuela, mi "abuelita", que había sido, a los ocho años, abusada sexualmente por mi hermano mayor de dieciséis. Se lo he dicho después de merendar pastel de manzana y una taza de leche, después de partirnos un croissant  que me había estado guardando para aquella tarde; después de ver el álbum de fotos del 80 cumpleaños del "Lolo"; después de hablar del amor, del hogar, de la nostalgia.  Sentadas en aquel sofá de aquel apartamento de Lesseps  que ha presenciado no sé cuantas Navidades y no sé cuentos pesebres hechos meticulosamente por mi abuelo, que se lo llevó la leucemia casi a cámara lenta. Piso que ha visto crecer a mi padre, a mis tixs; a mis primxs, a mis hermanos y a mi misma, que ha dado un lugar para las meriendas con leche y sobados  y ha visto aumentar el número de fotografías en las estanterías.  Y ahí estábamos, arreglando los problemas del mundo con palabras sencillas, y se lo

CAMBIO

Cambiar es inevitable; aún así, nos retenemos con cadenas invisibles los pies y el alma para permanecer cómo estábamos. Evitamos vernos o sentirnos diferentes, porque tememos estar engañándonos a nosotrxs mismxs con florituras y falsos deseos; y por ese miedo nos privamos de aquello que, sin la presión de decepcionar, haríamos sin sentir el miedo recorriéndonos por dentro.  Pero está mal que generalice... porque el miedo a decepcionar me pertenece a mi. El miedo al cambio, es mío.