PUROS Y CACTUS

En la primera casa de mi padre había un jardín más largo que ancho donde había dos clases de cactus. También había flores, pero mis hermanos y yo preferíamos los cactus. Preferíamos el posible dolor y la aventura de esquivarlo. Las flores eran juego fácil.
Siempre me han gustado los cactus. Me recuerdan a una época de unidad en la que mis hermanos compartían conmigo un mes cada verano y en el que mi padre se centraba únicamente en nosotros; sacándonos a comer, a algún parque de atracciones, de excursión, etc.
Recuerdo que, un día, con mi hermano Carlos nos metimos por uno de esos caminos que los padres te dicen siempre por los que no tienes que meterte. Recuerdo tropezar y apoyar toda mi mano derecha en un cactus enorme. No note el dolor hasta segundos después. Tenía toda la palma de la mano con espinas apenas visibles. No recuerdo a mi padre regañarme ya que creo que mi hermano me saco todas las púas antes de llegar a casa. Pero si recuerdo llorar como una posesa y mi hermano decirme que no era para tanto, que él también se había clavado algunas y no lloraba como yo. Pero por dentro maldecía a todos sus muertos, seguro.

El cactus es una de esas plantas supervivientes. Autosuficientes. Son como los gatos, igual de ariscos pero con ganas de ser mimados una ves a la semana. Si... La verdad es que el gato es la comparación perfecta. Como los gatos, el cactus posee una coraza que le protege del exterior, llena de amenazas pequeñas en forma de aguja de coser, tan finas que apenas te das cuenta de que se te están clavando hasta que se te clavan. Pero como los gatos, los cactus florecen.

De pequeña coleccionaba pequeños cactus en macetas, y mi padre siempre que se lo pedía me compraba uno para plantarlo en aquel mini jardín más largo que ancho.
Acabado aquel magnífico mes de aventuras con mis tres escuderos, la casa de mi padre se convertía en una casa de cactus sin sorpresa agradable. Y volvía a casa despues del fin de semana llorando porque me había clavado aquellas agujas que, en ocasiones, solo veía yo.

Y a pesar de no tener que ver con el tema, ahora me siento como cuando era niña. Se que se me ha clavado una espina, una espina llena de recuerdos que fuman puro y pipa. Y duele. Pero no puedo hacer nada, con esta no. Tengo que dejar que se caiga.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Aprendo (a veces)

DOMINARME