GATOS Y ABEJAS

Él la miraba; miraba sus alas temblorosas; miraba sus cabellos, cortos y delicados que habían perdido su amarillo. Observó sus patas, pequeñas y frágiles. No la toco ni intento cazarla. Sucumbió pues a los ruegos de la humana, que le pedía paciencia; su humana, torpe y nerviosa, que intentaba guiarla hasta la puerta de lo que sería su libertad.
Se quedó observando pues a esa minúscula criatura que no parecía a la vista suya superarle en grandeza, pero que de algún modo que nadie le había enseñado, más puede ser por el instinto animal de conocer la naturaleza, sabía que era un ser igual de capaz y poderoso. Tan pequeño y tan débil por estar en prisión bajo presión. Tan pequeño, tan vibrante, tan nervioso, tan perdido.
La observó con los ojos muy abiertos, esos ojos oscuros como el carbón cuando miras sin luz, pero ojos castaños cuando el sol les roza.
Observó al animal cautivo angustiado al no encontrar la salida; observó a la humana, que temía a un ser tan inocente y ahora frágil.
Humana temblar a quien podía leer leer la mente.
Aquella pequeña criatura ya estaba fuera, y él la siguió observando, pensativo, tranquilo, amable, y se preguntó si los gatos pueden adorar a las abejas.

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