NO HAY DIOSES AHÍ

Montañas cual gigantes inmersas en la verdura de los ojos madre, y el cielo, pupilas de mujer. Mares salvajes de espíritus salvajes, olas imponentes, inmortales chocando contra la fresca roca, contra la suave arena.
Sol, que brilla como lo hace el amor por las noches, a oscuras, bailando.
La brisa que se ha camuflado en mi piel, que se ha unido con mis labios y los ha hecho besar salado; la tormenta, el frío inmune al humano, a la prisión; no hay dioses en esta tierra, solo mar, montañas y cielo. No hay dioses, no hay pauta de silencio; silencio que por las noches acuna a aquel que duerme y hace sentir libre a quien escucha.
Libertad he sentido, querida dura tierra; gracias, porque nunca me había sentido tan tuya.

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