MADRE PÁJARO

Alzaría una bandera de paz pero me he quedado sin ganas de pensar en quien se merece el descanso y la tranquilidad. Quien se merece qué es la gran pregunta retorica que todo el mundo sabe responder; y que aquellos que no responden es porque ya están muertos o porque ya respondieron y dieron el relevo.  Mundo desierto... mundo intranquilo y mundo muerto.

Mi madre es partidaria de nunca decir afirmaciones negativas al mundo en el que vivimos o a las personas que viven en él; ya que no nos pertoca a nosotrxs. Es como cuando una madre pájaro tiene que enseñar a volar a sus polluelxs. En realidad no es ella quien les enseña, sino el viento. El viento se lleva el merito de esas alas primerizas; y la madre solo puede observar a sus hijxs caer o levantarse para siempre. Supongo que lo comparo porque, por mucho que sintamos -como la madre pájaro hace- que tenemos el derecho de juzgar, criticar o apropiarnos de algo que nos queda lejano, no tenemos ese derecho; no tenemos el poder para hacerle daño a nadie, de igual manera que sí tenemos el permiso del mundo para dar amor, comprensión y perdón.

Y lo más ironico en esta comparación es el hecho de que la madre pájaro sabe, desde siempre, que ella no tiene esa labor de enseñar; ella le deja sus hijxs a la naturaleza, al viento, y solo observa, cuida, entrega confianza.

Vuelvo a pensar en esa bandera de paz; y pienso en la paz y llego a la conclusión de que no existe tal cosa idealizada y buscada siglos y siglos por la especie humana. Pero si nos sacamos los prejuicios y estereotipos, ¿Qué nos queda? ¿Qué somos si no más que un conjunto de desastres y metidas de pata; si no más que un caos eternamente en órbita con nuestros demonios?
¿Qué somos aparte de huesos, carne, piel y alma? Alma: hermoso concepto que hasta la ciencia se plantea como cierto.
¿Qué somos si no más que banderas? Somos banderas, tierras de nadie, estrellas muertas que de vez en cuando reviven y dan lecciones de amor. Somos cosas; cuerpos sensibles en un mundo duro; somos cables desordenados en un baúl mal cerrado que en cualquier momento puede sorprendernos con la calidez de un abrazo. 
Somos la sombra de algún Sol; la corriente de alguna Luna; la luz de algún Universo mal trenzado. 

Somos aquello que somos; aquello que escogemos ser. Pero debemos ser madres pájaro; ellas saben cómo escuchar a la Tierra, al Viento, al autentico Sol.

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