EL TROZO MÁS GRANDE

Entendí que no era el pegamento cuando la gente de mí alrededor podía saludarme sin acordarse de mí, cuando veía al mundo girar y me sentía una extraña.


              Y a bordo de un barco sin grumetes me encontraba siendo la capitana de un navío con miles de escotillas abiertas.

Entendí que no era el pegamento cuando las sonrisas de antes no me sonreían a mí; cuando decidí coger el trozo más grande y no dejar nada para luego ni para nadie. 

              Y me sigue pasando que me hundo junto a barcos de madera tibia y junto a estas ropas usadas que no me dejan llegar más alto. 

Aquí sigo, sorprendiéndome de lo débil que es el papel y de lo jodida que es la tinta en la piel.


Entonces el pegamento no es para mí porque no hace más que pringarme las manos… porque si ser pegamento es dejar huella mejor me quedo caminando al lado de la orilla, donde mis pies no permanecen; dónde me hago arena y me dejo mecer por esta incertidumbre tan grande de no pertenecerle a nadie. De no ser de nadie…

              Y aquí sigo… con la cabeza que a veces me va y a veces me viene, cagada de miedo y con la vida bien puesta sobre los hombros, sin entender la metáfora, y bailando, siempre bailando, a lo más incierto de todo.

Construyendome como pez fuera del agua.

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