PRESCINDIR


Hay que saber prescindir. Prescindir del pelo, del pendiente, del pañuelo, de la ropa. Hay que saber prescindir para así liberarnos de todo aquello que nos ata a la tierra, que nos hace pesados de sostener. Para poder ser un poco más aire, para poder ser un poco más mar. Más Pez. Hacer raíces en el cielo, como decía Galeano. 

              Respira. Se cuerpo, se mente y se testigo de lo que hay más allá de los sueños.
La Tierra. El Cielo. Más allá.

Prescindir de la vida y de la carne que envuelve estos huesos usados, cansados de pelear –los míos-, es probablemente la mayor de las batallas... abandonar el orgullo contra el/la otrx.
No es una batalla infinita pues el cuerpo es sólo eso, algo de lo que cuidar y de lo que saber prescindir. Algo de lo que finalmente despedirse (me lo aconsejó un monje).

Prescindir de la felicidad como estado de vida, de la libertad como estado de vida, de la armonía como estado de vida. Hacerlas un estado de ánimo.

              Prescindir de lo divino, del libro, de la mirada. Prescindir de lo aprendido y siempre tener un lugar para seguir aprendiendo; y saber prescindir del uso de las palabras, y besar más. Dejarse llevar. Callar. Escuchar. Sorprenderse de la mirada curiosa de lxs niñxs. Enloquecer. Perderse. Volverse a encontrar. Prescindir del título de “mujer”, del título del “hombre”. Volverse a perder. Prescindir del “políticamente correcto”. Prescindir de la mentira. Observarse. Dudar. Enfurecerse y llorar como una criatura que quiere leche. Romperse. Perderse. Repito: Volverse a encontrar.

Prescindir del ruido, arder en el silencio y hacerse universo. Por ese orden. Hacerse atómicx. Explotar. Y volver a la raíz. A la tierra. Con un poco de viento, con un poco de mar.





p.d.: Per tu.

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