BOMBA

Despego como una nave del planeta cognitivo, y aterrizo, casi sin aire, en algo frío, en algo parecido a mi piel, en algo que no tiene colmillos y en algo pálido que está desentrenado.

Despego y al principio tropiezo, y me veo desde lejos en espejos ajenos, en bocas ajenas, en abrazos ajenos, pero me hago más yo misma con cada pedazo de cielo que me recorre las carnes, y me hace pedazos. Me destroza. Pero sienta bien.

Despego y me desapego.

Aprendo a verme de cerca y a reconocerme en cristales antibalas, en la lluvia que tiembla cuando llega al suelo y se hace música; en las farolas con bombillas partidas que desean alumbrar la ciudad.

Me recojo del suelo como a una flor en proceso, y me hago cremallera entre mis infiernos y tus lunares, para que el frío no duela tanto, para que la niña que aprendió a gritar siga suplicando por un 
minuto más de infancia, por una boca que no duela.

Despierto y los huesos pesan. No sé si os ha pasado a vosotres, que os pesan los huesos, que os pesa la cabeza y que os pesa el alma. Y a quien quiero engañar si tengo el puño hecho ceniza y la cabeza puesta al revés.

Te ves de lejos, de nuevo. Joder, no para de alejarse.    Esta utopía cada vez es más difícil de alcanzar, Galeano. Cada vez es más difícil… La piel empieza a quemar y el árbol es cada vez es más difícil de trepar, y sólo eres un pez más, sin raíces ni maneras de sacar la tristeza.

Aprendo a respirar con los pulmones cerrados y llenos de agujeros; llenos de sal.

Entre “quizás” me quiero hacer alguna laguna donde temblar en silencio; donde temblar después de un buen polvo, donde hacerme arrecife y naufragar entre las curvas de algún cuerpo que suda. Dame paz.

Mírame, pero créeme, soy una bomba.

Ayúdame. 


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