REZARLE

Me has sacado a la superficie sin avisar. Me has dado plata y me has dicho de enterrarla en algún lugar seguro, pero no hay tal lugar aquí. No hay tierra que no haya sigo escarbada por manos impacientes. Y me he cansado de rascarte la piel en busca de oro.

Me retuerzo entre tus ideas y crezco, aunque sea irónico hacerse fuerte en un espacio pequeño he aprendido a romper el cristal. 

Dame aire. Me cuesta respirar. Otra ironía.

Y con los puños clavándome la piel, y con los ojos suplicándole al cielo, y con la sonrisa marchita después de tanta marea, y con las mejillas llenas de sangre... Rezo. Te rezo. A ti, que naciste sordo. A ti, que me miras y crees ver otra maceta donde plantar soledad.
Hasta los ovarios estoy de ser jardín, de ser hierba seca que se riega con palabras buenas que tornan en espinas cuando truena. 

Quiero desierto. Dame arena y sequía, solo por un día.

Rezo. No sé cómo se hace y eso de juntar las palmas suplicándole a un Dios que nunca me ha mostrado la cara me hace perder la voz. Pero rezo. Te rezo con tinta y te rezo con la piel de gallina. Y aquí estoy, desnuda y con la espada clavada en la pared después de perder el aliento, y aquí sigo; rezándole a lo que no se ve, buscando acantilados desde donde hacer saltos de fe.

Y sigo rezando; tal vez eso es lo que hacemos todes: rezarle a nuestra cabeza por un minuto más, por un beso más, por un abrazo más; por una fotografía más. Por una última pelea.

Me sacaste del océano sin avisar, y aquí estoy, buscando la manera de respirar a través de ti. Quiero una última pelea, donde clavarte el puño lleno de carbón, lleno de rabia, y hacerme grande a través de ti, y ganar la batalla. Y volver al mar con las manos abiertas.


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