20/1

Una chica se tiró a las vías del tren el 20 de enero. Dejó la mochila en el suelo y cuando el tren se acercaba, se lanzó. Yo llegué cuando la estampida de personas corría y gritaba subiendo las escaleras; corrían de lo que no les podía perseguir, pero aun así, corrían. Y siguieron corriendo hasta que recordaron que debían llegar a casa. Había una mujer sentada en un banco, llorando, en la parte de arriba de la estación. Me senté a su lado y le ofrecí un pañuelo. Estaba hablando por teléfono, pero se detuvo para darme las gracias. Cuando colgó le pregunté si necesitaba algo, y me dijo que lo había visto de frente. Supongo que lo que necesitaba era decirlo en voz alta, como cuando yo dije que mi hermano había abusado de mí, y supe cómo volver a respirar.

La imagen que me describió era esa, una chica de cabellos largos dejando la mochila en el suelo y tirándose a las vías. "Ha sido como estar en una película", dijo con el llanto en la garganta y la mirada perdida entre mi presencia y el vacío. Me explicó que ella era psicóloga, y que llevaba casos de jóvenes con tendencias suicidas. El corazón se me partió un cacho cuando murmuró que ojalá hubiera podido hablar con la joven antes... Y ella sabía que aquello no cambiaba nada, pero es lo que hacemos las personas; hacernos daño con imágenes que nunca pasarán; crearnos mundos con más luz, y con más mentiras, también. Pensé en aquella chica, en como lo único que había dejado eran un tumulto de vidas gritando despavoridas que no querían morir también. Y cuando el servicio de trenes anunció que debido a problemas meteorológicos se suspendían algunos viajes, el corazón se me acabó de romper. Aquella chica, que había renunciado a la idea de hacer daño a lxs demás a causa de su propia tristeza interior, ahora solo era lluvia, un charco en alguna vía.

"No hay derecho", dijo la mujer aún con lágrimas húmedas en las mejillas, "Tenemos que cuidar a nuestros jóvenes. Hay que cuidarnos más. Si no...". Y calló, señalando con la mano la entrada a las vías a través de las escaleras. Si no, nos matamos, pensé. Y es que hay millones de formas de matarse. Yo, por ejemplo, me mato con los ojos, con la palabra. Me mato y me descuido, y tengo que perdonarme y empezar de nuevo. Pero hay personas que no deben de saber cómo perdonarse, ni perdonar al mundo, ni perdonar la carga, ni perdonar el dolor.
 
 
Espero que esa mujer haya sabido perdonarse las pesadillas, y que esa chica, esté donde esté, vuelva y lo intente de nuevo.




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