OCHO

Mi primera experiencia sexual fue a los ocho años con mi hermano mayor de dieciséis. Y eso, cuando lo pienso, es una locura. Aprendí a besar, a acariciar y a seducir; aprendí a ceder, a sexualizarlo todo como él lo hacía. Aprendí a tocar. Y cuando lo pienso, me parece tan lejano y extraño, que a veces me cuesta creer que aquella niña fuera yo, en esa habitación con literas, con esa vidriera cuadradas de colores que daba a las escaleras. Aquellos vidrios gruesos de colores opacos solo nos dejaban ver la sombra borrosa de aquel que subiera por dichos peldaños. Y era nuestra alarma, nuestra alarma para parar. 

Ahora, con veinte y un años, miro atrás y todo me parece una extravagante película hecha por un guionista desorientado, pero por suerte yo ya salí de la desorientación, y aquella niña se ha librado de la vergüenza y la culpa que sentía. Una culpa nacida del miedo, del haber cedido, del haber seguido para complacer a una figura que me dijeron que tenía que admirar, que tenía que respetar, y que tenía que querer. Y por eso seguí, y por eso cedí, y por eso seguí el juego del que decíamos ser pareja. Y con ocho años ya sabía besar, y ya sabía excitar, y ya sabía mentir, por si alguien entraba en aquella habitación de paredes oscuras y literas de metal, y preguntaba qué hacíamos. 

Mi primera experiencia sexual fue a los ocho años con mi hermano mayor de dieciséis, que tenía la violencia por bandera y solo le importaba su propia seguridad; que amenazaba y huía. Y aprendí también a aceptar eso, y a normalizarlo en mí, hasta que dejé de hacerlo, y tuve que aprender de nuevo y aceptar de nuevo un nuevo concepto de violencia, un nuevo concepto de huida, y un nuevo concepto de seguridad. Mis entrañas se convirtieron en trinchera, mis ojos en lagunas secas, y mi corazón en una fosa que no lloraba ni pedía respeto… y durante mucho tiempo, solo era una gota de tinta que había caído, como cualquier otra gota de tinta, sobre un papel oscuro; nadie me veía y yo evitaba ver a nadie. 

Y cuando con los ojos por fin abiertos me descubrí como individuo que siente, descubrí un miedo extraño, ajeno, casi fuera de mí, con voz de niña y manos pequeñas, que aún podía oler el vinagre que su madre le ponía en el pelo para los piojos… es tan extraño, porque empecé a convivir con dos personas dentro de mí, y las dos sentían el mismo dolor, pero lo vivían diferente y lo afrontaban diferente. Y el sexo ahora es otra cosa, después de tres años con los ojos abiertos y las mejillas llenas de nubes suaves que en vez de amenazarme me calman, y que en vez de mirarme con lujuria me quieren bien. Ahora el sexo no tiene juegos macabros lleno de secretos, ni literas de metal ni vidrieras de colores; ahora el sexo no es solo para el otro, sino que también es para mí… y no es solo el sexo que te da el cuerpo sino el sexo que te da la mente, la piel, la tormenta, el tigre a punto de morder, el pájaro a punto de volver. Y ahora la vida es otra cosa, ya no hay escaleras ni sudor frío por si abren la puerta de golpe; ahora la vida es otra cosa y huele diferente, sabe diferente y se ve diferente. Ahora la vida soy yo con ocho años, y ahora la vida soy yo con un 40 de pies. 



Comentarios

Entradas populares de este blog

Aprendo (a veces)

DOMINARME