ESPERARME

La soledad no me molesta, todo lo contrario; me permite no darle explicaciones a nadie, ni justificarme, ni disculparme, ni hacer aquello que debería de hacer porque estoy con gente (sea lo que sea que debiera de hacer...). La soledad me permite sentirme mal sin sentirme mal por hacer a otros incómodos con mi descontento; me permite sentir angustia y odiarlo todo sin tener que explicarle a la gente como se puede odiar y amar a la vez. Todo el mundo te mira siempre con ojos de cordero degollado, ofendidos, si ven que están en tu lista de contradicciones pasajeras. Nos cuesta creer no ser bienvenidos en los círculos ajenos de angustia y que no nos explique la gente sus penurias.

Pero realmente no estoy sola, por eso me cuesta tan poco aislarme del mundo y ser únicamente el pensamiento fugaz de alguien en algún momento del día; o no ser absolutamente nada en ningún minuto de nadie. Eso también nos cuesta aceptarlo.
No estoy sola, y estar y sentirse, no son el mismo concepto en absoluto. No me siento sola tampoco porque cuando lloro sé que puedo llamar a mi madre, que con su voz dulce siempre me contesta el teléfono con un tono lleno de gloria; porque cuando río me veo a mi misma en la memoria compartiendo el ruido, porque cuando bailo siempre hay alguien al otro lado de la pista susurrándome al oído lo que sigue de la canción.

Por eso desaparecer es tan sencillo, por eso acurrucarme con mis demonios se hace ameno, cálido, tierno incluso; porque sé que alguien está al otro lado cuando me decida levantar; y no es que me estén esperando, simplemente sé que están. Por eso echar de menos se me hace complicado; porque el amor se me ha dado de manera libre, de manera paciente, de manera salvaje y de manera impuesta, en algunas ocasiones; por eso se me hace tan sencillo esperar. Tan sencillo esperarme. 



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