LAS ENREDADERAS QUE PROTEGEN TU CORAZÓN HIEREN A AQUELLXS QUE QUIEREN QUERERTE

A veces la pena se hereda, estoy segura. La tristeza repentina, el odio, el rechazo, el miedo, las inseguridad; se acumulan como granos de arena, y por el poco espacio de la pecera al final agrietan la mente y se caen, como una cascada, todos de golpe. 

Yo he heredado esta melancolía de mi padre, que vive su vida con un vacío inmenso dentro; un vacío que nadie puede curar porque sus muros ya se han hecho invencibles. Siento pena por su vida, por su corazón que palpita tímidamente esperando la lagrima que nunca cae. Siento pena por sus ojos, que miran pero no ven, que quieren volver a esa época donde mis hermanos y yo éramos pequeñxs, aunque no fuéramos felices del todo; donde cada verano nos quedábamos en su casa, donde para él era fácil demostrar afecto llevándonos a comer fuera, o al parque de atracciones, o viajando hasta Venecia en autocaravana. 

Y te digo de ir a tomar algo y no lo hacemos y no me llamas y no me escribes ni me vienes a ver si yo no te lo pido. He aprendido a entenderte, a respectar tu corazón de piedra; a alejar la culpa de mi por no poder liberarte, por no poder enternecerte con el amor que te tengo y que he aprendido a tenerte. He perdonado la meta inalcanzable e irracional de salvarte, no es mi responsabilidad; nunca lo fue. 

Me has heredado tú melancolía. Ya me lo dijiste cuando se me cayó el mundo encima por primera vez. Me llamaste porque la escuela había contactado contigo para saber por qué hacía una semana que no iba a la escuela. Me sorprendió escuchar tu voz al otro lado del teléfono; me dijiste que sentías mucho que hubiera heredado de ti esa tristeza que a veces a ti también te atacaba, pero que no podía dejar consumirme por ella, que había muchas otras cosas que valían más la pena que aquella tristeza. 

Desde fuera, fácilmente te digo que lo único que debes tener es fe en aquellxs que te aman; solo tienes que marcar tus limites, decir basta, tirar la primera piedra a aquello que te causa dolor. Lo único que debes hacer es llamarme para vernos, y entonces empezar, de nuevo, como cada vez que nos vemos, a conocernos poco a poco desde el corazón. 

Ojala un día se te llene el vacío, papá. 




Comentarios

Entradas populares de este blog

Aprendo (a veces)

DOMINARME