Al lado de mi casa hay un instituto. Y me resulta extraño pensar que hay gente que ha nacido, crecido e ido a la escuela en Barcelona. Me resulta extraño que esas calles que yo ahora contemplo por primera vez sean las de toda la vida para ellxs y que se conozcan los bares, las tiendas más baratas, los atajos, las plazas, como la palma de su mano. Me resulta extraño. Porque yo sigo saliendo por el balcón y sorprendiéndome de vivir donde estoy viviendo, de ver el sol ponerse con esos colores tan intensos, de ver el Tibidabo iluminarse cada noche, de tener una habitación con puertas de esas antiguas y de llenar el salón de plantas.
Aprendo (a veces)
Les explico a quienes me preguntan que algunos de mis grabados son para personas que nunca llegaron a ser nada, o que lo fueron todo, o que pudieron haber sido demasiado. Y se extrañan; se extrañan de que tenga en mi piel a personas que vinieron y se fueron, o que sea capaz de guardar el recuerdo de aquelles que decidieron dejarme con más preguntas que respuestas. Y yo les cuento que aprendo de todas las despedidas y de todos los regresos, que aprendo de todos los gestos de amor que me dan con ilusión aquelles que siempre me tuvieron presente, que aprendo de todos los corazones rotos. Aprendo de las palabras bonitas, de las de verdad, de las que se dejan cuidar, de las tímidas, de las que bombardean, de las furiosas, de las miedosas, de las pérdidas. Aprendo de todas las palabras que no se dijeron ni se dirán. Aprendo del amor lleno de espadas, de la amistad inmortal, de los abrazos maternos infinitos, de las lágrimas ajenas, del pánico que se vive en la oscuridad cuando se está sola
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