IRRACIONAL

Nunca pensé que amar y dejarse amar fuera una tarea tan compleja. Lo había aprendido en los libros que leía y en las películas que miraba, lo deseaba y lo anhelaba; pero nadie me dijo que me habían impuesto el deseo y negado la realidad.

El otro día mi compañero de piso, en un momento de vulnerabilidad en el que sentí que se había abierto a mí de manera muy tierna, me preguntó en qué estado de amor me encontraba en mi relación. Dejando de lado lo que he estado persiguiendo durante todo esto tiempo: la utopía del amor y los príncipes azules; le dije que yo ya no veía el amor de la misma manera. Le mentí, o por lo menos, le dije la verdad a medias. Le mentí porque una parte de mi sabía que no sentía aquella pasión irracional del amor en la actualidad, aquella parte salvaje que te hace sentir el temblor cuando te desligas de todo y te lanzas sin mirar; y le dije la verdad porque aquella pasión me había consumido por dentro en el pasado, me había perdía a mí misma amando con tanta fuerza, y me había negado a sentir aquello de nuevo: Lanzarme al vacío con los ojos vendados.

Me perdí una parte de mí: la capacidad de amar con toda mi alma y sin miedos, se quedó con Edu; y un pedazo de mi sabe que siempre le pertenecerá a él y que deberé hacer las paces con esa intensidad irracional que me abandona cuando decido abrirme en canal con alguien.

Ahora tengo claro que los estados del amor son como una escalera que vas bajando y subiendo, a veces de dos en dos o a veces de cabeza; que es como una montaña rusa de la que sí puedes decidir bajarte si de primeras te has negado a abrocharte el cinturón con fuerza; siempre tienes oportunidad de dar un salto y bajarte, confiando ciegamente en la gravedad.

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