SONIA

Eres fácil de alegrar. Pero no me refiero a un “fácil” de que con cualquier cosa se te complace, sino a que no necesitas florituras para que se te ponga la piel de gallina. Como ahora, que te he dejado un libro de poesía y aunque has dudado y lo has empezado a leer con recelo, ahora no puedes parar.

Y no digo “fácil” como que te conformas con cualquier cosa o que esperas lo que sea de cualquiera, sino que no necesitas fuegos artificiales para que te iluminen el cielo porque tu ya te sabes el nombre de las estrellas y subimos al tejado y me las enseñas y yo, honestamente, me quedo embobada. Y cuando estoy decaída me miras en la distancia y agachando el cuerpo en posición defensiva te acercas a mi y me abrazas y yo siento que ya no hay nada por lo que estar triste, o que, si lo hay, hoy no vale la pena darle más vueltas.

Y no digo “fácil” como algo que te defina rigurosamente con todo ni con todas las cosas ni con todas las personas, sino como una sensación de calma que se manifiesta en diferentes momentos; como en tus “que ricos” mientras comes, o en tu manera de escuchar y de querer aprender; o en tus ojitos marrones redondos como platos cuando algo te hace ilusión, o en tus cejas fruncidas cuando algo no te parece bien.

Se ha convertido en un gusto para mi hacerte los días más tranquilos y hacerte sonreír y descubrir que al morirte de la risa parece que llores desesperadamente; y nuestra casa es casa porque tu estas en ella; porque si yo quiero cambiar los muebles te enchichas deprisa, porque a las dos nos flipan las plantas que cuelgan y porque me enganchas a ver programas de mierda y vivirlos como si fueran lo más increíble del mundo mientras comemos pizza y hacemos apuestas sobre acontecimientos vecinos.

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