DOLER(ME)

Siempre me he impuesto  la creencia de que era yo quien les salva a ellos, de que soy yo su hombro donde llorar, su almohada, su cama, su cuerpo, su hogar donde resguardarse y sentirse seguros. 

Yo los salvo, me decía. Me necesitan, me repetía. 

Escuchándome, llorándome y siéndome sincera, me doy cuenta de que en algún momento del camino enterré y olvidé la idea de que quien quería ser realmente salvada, era yo, que quien quería ser liberada de mi constante tristeza y episodios de melancolía, de mi pasado, de mi trauma, era yo; que quien quería ser socorrida y llevada en brazos, como una princesa, era yo. 

Como pensamiento oculto y negado y solo gritado dentro de mi cabeza: que me vean, que me vean, que me vean, que me vean. 

Soy yo quien quiere ser rescatada de este nudo en el pecho, de este invierno que me cubre el corazón y que se me hace coraza frente al pecho; quiero ser vista y nunca dejada de lado, ni abandonada, ni silenciada. 

Mientras creo salvar me aseguro de ser recordada. 

Y cuido, y cuido, y cuido. Y estoy, y estoy, y estoy. Y sigo, y sigo, y sigo. Y entonces el escenario pierde las luces y el telón cae, y llego a casa y en mi soledad me veo sin nada que darme antes de irme a dormir.

Y no es que no haya cuidado con gusto, estado con ternura, y seguido porque he querido, pero en algún momento del viaje me olvido de cuidarme, estar y seguir para mi. 

Y sabiendo que no sé amar sin entregarme y arder, mi lección está en arder sin doler(me).  


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