Hay que ser valiente y libre de una misma para verse las virtudes

Hay que ser valiente y libre de una misma para verse las virtudes. Yo, cuando me miro, veo una llama incompleta que quiere arder y que apenas llega a cerilla. Solo ardo cuando estoy dormida, cuando nadie ve, cuando nadie escucha. Ardo a medias, a tientas a través de las tinieblas; mi tormenta apaga el fuego y me convierto de nuevo en cueva oscura que a base de velas sobrevive. 

Se me inflaman los pulmones; es como si me hubieran prendido fuego por dentro y la chispa se alimentara de agonía que no grita y de silencio que no sabe cómo pasar página. La madera me observa desde la distancia, preguntándose cuando llegará su turno. 

Este juego va de eso, de esperar tu turno. Tu turno para arder, tu turno para ser tocada, consumida y convertida en ceniza. Va de mirarse al espejo y reconocerse todas las veces; va de jugar con los ojos cerrados y estar segura de que el reflejo está ahí, con todos sus defectos. Este juego va de no llorar cuando la mecha se apague, de aprenderse de memoria las propias virtudes; de saberse las canciones de los dos mil de memoria y gritarlas a pleno pulmón cuando suenan en la radio del coche. 

Hay que ser valiente y libre de una misma para verse las cosas bonitas y ponerlas como prioridad. 


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