MIRARSE DE CERCA

Me he preguntado numerosas veces qué hago aquí, para quien soy importante y que quiero hacer con el tiempo que tengo. Me he hecho preguntas sobre mí misma mirándome al espejo y rindiéndome a la vulnerabilidad que eso provoca. Fue mi hermana, de hecho, quien me lo recomendó hace un par de años: Al estarte mirando al espejo por más de un minuto, a los ojos, y fijamente, algo en ti se abre y te entra una emoción desbordante.

Me encuentro haciéndolo más de una vez por semana. Me pongo delante del espejo, muy cerca, lo suficiente para incomodarme. Me observo y me escucho. Me estudio los cabellos que me caen por los hombros, las pestañas largas y oscuras. Me repaso con la mirada el contorno de mi mandíbula y separo, sin quererlo, los labios de vez en cuando, viendo como la piel se despega poco a poco y se me entreven los dientes. Cuando te observas de cerca te sientes ajena a ti. Te ves todo lo que odias y te ves todo lo que podrías amar; y no tienes fin. Cuando te observas des de tan poca distancia te enterneces y parece que te perdones por todo el mal que te haces día a día; parece incluso que te sonrojes, como cuando la persona que te gusta te mira de cerca. Pero eres tú, tú te miras de cerca, y tú te haces sonrojar.

Hay un momento en el que la garganta me tiembla y sin darme cuenta me encuentro con las manos acariciándome lentamente los brazos. Y siento el placer de estar viva y de tenerme cerca; el placer de ser tocada con cariño; el placer de ser escuchada y sentida con toda mi alma. Me veo las venas azuladas, los pliegues que con naturalidad surgen cuando frunzo el ceño o el entrelazado de mis cabellos cuando los llevo hacía atrás. Me veo. Y en ese momento, en ese espacio entre mi reflejo y yo, existe una intimidad que no entiendo y que me hace sentir extraña, porque es una intimidad que no nos enseñan. En ese corto tiempo en el que soy solo yo conmigo misma, me doy cuenta de que hay un universo tan extenso dentro de mí, que es aterrador. Me aterro. Todo lo que puedo ser, todo lo que no soy. Todo lo que quiero ser, o todo lo que no quiero ser. Me aterro, pero también me enamoro. Y tengo que luchar contra el falso ego y narcicismo; tengo que luchar contra él y enamorarme de mi misma; y perdonarme, y mirarme con atención un poco más y recordar que hay millones de reflejos; hay millones de maneras de mirarse. Hay millones de maneras. Pero sólo hay una para entenderse. 



Comentarios

Entradas populares de este blog

Aprendo (a veces)

DOMINARME