ODIO POR BANDERA

Juré con mucha convicción a temprana edad que la violencia nunca sería mi bandera. Odiaba aquel malestar que él producía cada vez que hacía sangrar a Álvaro por la nariz y este sonreía, quitándole peso y queriéndome proteger y mantener mí inocencia, aunque mi inocencia fuera corrompida mucho antes de lo debido. 

Odiaba verle los músculos tensos y las venas hinchadas, dispuestos a destrozarle la vida a alguien; aunque a mi la vida ya me la destrozo sin necesidad de puñetazos. Odiaba sus ojos enrabiados, lleno de lujuria. Odiaba que todo el mundo fuera un potencial enemigo para él, y odiaba que él no viera que el verdadero enemigo era su ira. 

Odio la violencia porque él la usaba como bandera. Y a veces, cuando me entra la rabia, la impotencia y la tristeza, y cuando me siento pequeña y me han hecho daño, esa violencia que reprimo y guardo hace que me tiembla la sangre y la piel se me erice como los pelos de una gata. No quiero ser como él, así que aprieto los puños y cierro los ojos y por alguna razón me acuerdo de todas las veces que algún hombre me toco, acaricio o beso con una fuerza desmesurada y me gustó. 

Cuando te abusan y te tuercen por dentro todas las sombras se vuelven deseo, y la luz se vuelve una gestión de por vida. 

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