Desenamorarse es un proceso lento que se digiere a puñetazos. Desenamorarse es tenerle cerca y escucharle reír y que el dolor se haga cada vez más ameno y soportable; que su voz ya no sea un recuerdo amargo que te recuerde que ya no habla ni canta para ti. Desenamorarse es aceptar que las polillas ya no enloquecen ni pierden el control cuando le tienes cerca; que le ves como algo que fue y que pudo ser, pero no como algo que es en el presente.
Aprendo (a veces)
Les explico a quienes me preguntan que algunos de mis grabados son para personas que nunca llegaron a ser nada, o que lo fueron todo, o que pudieron haber sido demasiado. Y se extrañan; se extrañan de que tenga en mi piel a personas que vinieron y se fueron, o que sea capaz de guardar el recuerdo de aquelles que decidieron dejarme con más preguntas que respuestas. Y yo les cuento que aprendo de todas las despedidas y de todos los regresos, que aprendo de todos los gestos de amor que me dan con ilusión aquelles que siempre me tuvieron presente, que aprendo de todos los corazones rotos. Aprendo de las palabras bonitas, de las de verdad, de las que se dejan cuidar, de las tímidas, de las que bombardean, de las furiosas, de las miedosas, de las pérdidas. Aprendo de todas las palabras que no se dijeron ni se dirán. Aprendo del amor lleno de espadas, de la amistad inmortal, de los abrazos maternos infinitos, de las lágrimas ajenas, del pánico que se vive en la oscuridad cuando se está sola
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