ESCRIBIR SOBRE COSAS BONITAS

Una de mis propuestas de este nuevo año era escribir sobre cosas bonitas; escribir sobre cosas bonitas… ¿Pero no es bonito esto? ¿Yo rindiéndome a mi debilidad para conmigo misma no es bonito? Reconocer que estoy rota y carezco de amor propio me encamina a la posibilidad real de ponerle remedio, ¿No es eso bonito? ¿No es bonito saber que todas mis taras son lo que me hacen ser yo y que a pesar de ellas hay personas que deciden quedarse? ¿No es bonito que me haya desbordado otra vez la emoción y que cada año observe con más claridad lo profundo que es mi túnel del pánico? ¿No me da eso la oportunidad de, por una vez, viajar con cerillas? ¿No es bonita la manera que tengo de caer, de despeinarme y de convencerme de que, aunque este cagada de miedo, todo se pondrá en su lugar?

Me propuse escribir sobre cosas bonitas porque no quería reconocer que sólo sabia escribir cosas tristes. Cosas bonitas como un amanecer en la playa, o los segundos en los que se te acerca un pajarillo en la terraza de un bar pidiendo limosna. Cosas bonitas como la amistad, la familia, el amor. Cosas bonitas como la música, la inspiración, o decidir venir a este lugar cada lunes y recitar. Cosas bonitas como la euforia compartida de un orgasmo, la ternura de un abrazo o el regusto amargo de separarse de quien no te quieres separar. Cosas bonitas como el ondular de las cortinas cuando el verano te regala unos minutos de brisa fresca, o cosas bonitas como ir oliendo jabones en el super mercado hasta encontrar cuál te gusta más. 

Me propuse escribir sobre cosas bonitas, pero yo creo, que entre todo lo que escribo, va implícito, lo bonito que es tropezarse y caer.


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