AMOR

De pequeña creía en el amor ciego e inquebrantable. Creía en las medias naranjas y anhelaba con una fuerza desmesurada pertenecerle a alguien. Leí muchas novelas que me enseñaron a desear el amor por encima de cualquier cosa, y me aislé, como lo hacen los animales durante el invierno, en mi pequeña cueva de expectativas y sueños ficticios.

Cuando me enamoré por primera vez fue un amor de fuego, irresponsable y lleno de lagunas. Me enamoré de la idea del amor y me perdí buscando el "nosotros". Me convertí en otra persona, y me olvidé por completo de que para amar a otros tienes que saber amarte a ti misma.

Cuando me enamoré de Alex yo seguía siendo yo, pero empecé a entender las canciones. Me enamoré a fuego lento; bailábamos en la cocina y en secreto quería ser su musa fuera y dentro del escenario. Quería ser su futuro, su brillo en los ojos, la letra de alguna canción improvisada a las dos de la mañana. Me enamoré de la idea de ser de alguien, de la ilusión de compartirme con alguien; de construirme junto a él. Y sé que me enamoré porque cuando nos separamos mi corazón se quedó hambriento durante semanas; porque mi pecho dolía con una fuerza inhumana, porque cuando me desenamoré de él lo único que podía darle era amor.

De pequeña me encapriché con la idea de ser parte de alguien porque me sentía tremendamente sola en mi interior. Y el otro día, en el pueblo de una amiga, me di cuenta de que había estado buscando un amor demasiado concreto, demasiado encerrado por normas, estereotipos y dolores sociales, y que el verdadero amor era tenerlas a ellas cerca, cuidándome de la misma forma que yo las cuidaba a ellas. 

El amor a veces no coge la forma que esperabas, pero siempre está ahí, esperando a que estés preparada para aceptarlo.


 

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