VIOLONCHELO

No quiero discutir sobre qué curvas son las más bonitas, no me atrevería a jerarquizarlas ni a priorizar algunas por encima de las otras. Pero sí quiero decir que la curva de mi espalda baja, aquella que gira antes de llegar a mi culo, es una de las más bonitas que he visto; además de la curva que rodea mi cintura y se hace una con mi cadera, haciendo que parezca un reloj de arena difuminado por acuarelas, los cambios de estación y las experiencias. Esas curvas, que antes me parecían ajenas y sucias, ahora son la autopista que querría recorrer cada mañana si me viera desde fuera.

La curva y los pliegues de mi ingle al sentarme, o la curva ovalada de mi pecho al reposar en mi piel blanquecina. No sé… parecen arte. Y no podría decir que unas curvas son más bonitas que otras, ya que la curva de mi sonrisa tampoco esta mal; pero la curva que define mi cuello, que reposa en mis hombros manchados de pecas y de textura suave, o los pliegues que mis dedos delgados hacen cuando me aprieto los brazos por el frío, parecen cerámica trabajada durante años, perfectamente definida y preparada para exponer en alguna vitrina con libertad de movimiento

Y qué decir del sin fin de subidas y bajadas de las curvas definidas en 3D que se unen en perfecta sinfonía para crear el conjunto de mi cuerpo. Las curvas de mis cabellos reposados en mi espalda desnuda, o la curva de mis gemelos, o la curva de mis firmes y huesudos pies que aún tienen fuerzas para sostenerme entera; esas curvas también me parecen importantes. Porque mi cuerpo, que durante mucho tiempo me pareció un violín deforme y lleno de grietas, ahora parece un violonchelo en perfecta sincronía con lo que soy y seguiré siendo.


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