ANSIEDAD

A veces la ansiedad me consume con tanta fuerza que mi cuerpo, que se siente encerrado en sí mismo, encuentra liberación en el simple acto de sacarse los calcetines a media noche; como si fuera yo misma una planta, mis pies desnudos hacen raíz y parece que el temblor amaine. 

El pecho, acelerado, se calma, pero se siente solo. Es como un pinchazo de realidad. Hay dolor, pero si cierro los ojos no se ve. Si cierro los ojos no se ve. Si cierro los ojos no se ve. 

Mis pies, que echan de menos el mar, se tienen que conformar con la frialdad de las sábanas blancas; tienen que aprender a acurrucarse entre ellos dos, ignorar el frío y pedir, mientras yo rezo y me toco el pecho con ambas manos, un poco de calma para poder hacerme sentir parte de la realidad otra vez. Porque a veces me pierdo. Viajo y me pierdo entre ideas, acantilados y miedos que de vez en cuando -más de lo que me gustaría- me invaden sin previo aviso. Y entre todo el caos a veces abro mucho los ojos y me digo: "Mierda loca, que tienes que dejar salir el aire o te ahogarás! Que tienes que seguir respirando, que tienes que darle calor a tus pies, a estas raíces que solo saben hacer hogar en las personas".

Si un día, si estáis de visita, me veis con los pies descalzos, lo más probable es que esté con el corazón temblando; que rico sienta sentir la marea, la hierba húmeda, la tierra, la arena. Que rico sienta una vez los pies se vuelven a encontrar, encontrarse a una misma acurrucada debajo del edredón y sentir que tu caos interior se ve protegido mientras estoy en la cama, haciéndome invisible, aunque solamente sea un rato, para este dolor.

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