CON PELOS Y SEÑALES

Hoy he contado con pelos y señales mi abuso otra vez. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, y esta vez se lo he contado a dos de mis amigas, que aunque sabían que había pasado por un abuso sexual infantil, pues, por precaución y por cariño, nunca habían preguntado explícitamente qué había pasado; nunca les había contado la realidad de mi hermano de dieciséis años estirándose en la cama, bajándose los pantalones, enseñándome su pene, y diciéndome: “Algún día te gustará”. 

Hacía mucho que no compartía mi historia y me he dado cuenta de aunque tengo la autoestima por los suelos y no me veo como una persona valiente, creo que soy extremadamente valiente con este tema, y creo que a veces los dolores chocan, y parece que no sea tu historia. Cuando estás diciendo en voz alta no parece algo que hayas vivido tú, porque a veces no quieres que sea, o a veces no lo quieres aceptar, o recordar. Cuando te estás escuchando a ti misma, explicar estas barbaridades que pasaste de tan pequeñita; contar estas barbaridades que te han construido como persona, que aunque no te definan, te acompañaran toda la vida, pues da un poco de vértigo. 

Da un poco de vértigo porque recuerdas que sí es tu vida, que sí pasaste por eso y que sí, que eres tú la que tiene que sanarse todos los días. Y a mí hay una cosa que me va muy bien que es tener amigas como las que tengo, porque todas son ángeles en la Tierra; y todas han pasado por dolores que yo no me atrevería a imaginar, y son igual de valientes que yo. 

Hoy, explicándoselo, me he sentido vulnerable y pequeña, y aunque no he llorado porque a mí llorar me cuesta mucho, me he sentido muy contenta de poderlo explicar desde donde lo he explicado; porque cuando yo me enfrenté a mi abusador por primera vez después de dos años y medio de terapia pensaba que lo que necesitaba era que él reconociera lo que me había hecho, pensaba que lo que yo necesitaba era que él dijera que él había abusado sexualmente de su hermana de ocho años. Resulta que lo que necesitaba, lo que después hice, fue decírselo yo. Fue mirarle a los ojos mientras temblaba y no podía dejar de llorar y decirle que “eso que había pasado” se llamaba abuso sexual, y que él había abusado sexualmente de su hermana de ocho años. 

A veces se nos olvida cuanto dolor puede llevar el cuerpo, y a veces olvidamos escucharlo; olvidamos que hace falta el temblor, que hace falta el grito, el enfado, el rencor, y el odio. Que hacen falta todas esas cosas para darle paso al amor. Hace falta todo eso para darle paso al amor; para darle paso a la luz. Y creo que es un camino que se hace poco a poco; pero que se hace. Que se tiene que hacer. Y yo tengo ganas, todos los días, cada vez más, de verme bien. 





Comentarios

Entradas populares de este blog

Aprendo (a veces)

DOMINARME