LATIDOS

Descubro que todas las partes de mí se unen de una manera extraña; parecen confundidas y me miran con dudas. No parecen reconocerme; y yo me arranco la piel a tiras y les digo a todas mis Pandoras que no tienen por qué llorar, que el frío volverá en unos meses y que el calor, que ahora parece ahogarnos, lo único que hará será limpiarnos con sudor de todo aquello que no nos deja crecer. 

La costa parece un gran reloj de arena y yo me hundo despacio, como con todo. Siempre me acabo hundiendo; la gente que me conoce sabe, porque aún y mis corazas soy un jodido libro abierto, que la intensidad con la que vivo la tengo guardada en un cajón en el fondo del pecho; a veces escucho que llaman a la puerta, pero la mayor parte del tiempo prefiero ignorar el sonido y escuchar música que me recuerde a mar, a sal, a cuando me llevaron en velero por primera vez, a arepas con cebolla ponchada, a días muertos estirada en la cama, a rosas, a amapolas; a la voz de mi amiga Rouse cantando y recordándome que la música se vive por dentro, pero también con los pies cuando bailas. 

Descubro que todas las partes de mí se descomponen y se deshacen y se resbalan entre mis dedos, y entonces soy yo la que duda y la que me mira con recelo y la que siente que el corazón se le saldrá del pecho si recibe un beso más en la frente. Y me gustaría detener este momento un rato, estirarlo y enredarlo entre mis cabellos y sentirme parte de algo que he creado yo; abrir la puerta después del segundo golpe e invitar a quedarse a esa niña frívola que decidió dejarse sentirse los latidos. 


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