Aprendo (a veces)

Les explico a quienes me preguntan que algunos de mis grabados son para personas que nunca llegaron a ser nada, o que lo fueron todo, o que pudieron haber sido demasiado. Y se extrañan; se extrañan de que tenga en mi piel a personas que vinieron y se fueron, o que sea capaz de guardar el recuerdo de aquelles que decidieron dejarme con más preguntas que respuestas. Y yo les cuento que aprendo de todas las despedidas y de todos los regresos, que aprendo de todos los gestos de amor que me dan con ilusión aquelles que siempre me tuvieron presente, que aprendo de todos los corazones rotos. 

Aprendo de las palabras bonitas, de las de verdad, de las que se dejan cuidar, de las tímidas, de las que bombardean, de las furiosas, de las miedosas, de las pérdidas. Aprendo de todas las palabras que no se dijeron ni se dirán. 

Aprendo del amor lleno de espadas, de la amistad inmortal, de los abrazos maternos infinitos, de las lágrimas ajenas, del pánico que se vive en la oscuridad cuando se está sola a la hora de acostarse... Porque al final, lo que más miedo me da, es dormir sola; es que nadie sepa cómo protegerme cuando tenga pesadillas, que me despierte sudando y nadie haya para abrazarme y hacerme descansar de nuevo, o, por el contrario, que después de un sueño pacífico nadie haya para desgarrarme entera y hacerme el amor. 

Aprendo de mi propia solitud, de mi propia tristeza, de mi propia luz. Aprendo a despedirme del deseo, de mi cuerpo, de mi mente, de mi vaivén de incertidumbres y verdades a medias. Aprendo cayéndome, aprendo congelándome, y aprendo rompiendo el cristal.

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