Conocí a Alejandra por primera vez hace bastantes años en una librería de ciudad. Buscaba poemas y poetas tristes que supieran adentrarme y engrandecer las ganas que tenía de desaparecer de un mundo que no estaba escrito en páginas de papel (frágiles y fácilmente inflamables, tengo que decir). 

Con ella de repente la tristeza sí tenía maneras de verse con nitidez, y me abrió camino a un dolor que nunca había pronunciado en voz alta. "Si hubieras esperado poco más te hubiera ido a buscar" pensé cuando supe que se quitó la vida en 1972. 

Ahora, años después, me he vuelto a encontrar con Pizarnik sin estar triste (o no siempre). La leo en "La extracción de piedra de locura" y en los bordes le hago preguntas, respondo a sus interrogantes abiertas y le cuento, con mis palabras y mi burda manera de escribir, mi propia forma de entender la tristeza, el vacío, el pájaro y su vuelo, la soledad y el amor. Y aunque parezca una locura, siento que mis palabras entre sus palabras tienen sentido; me convierto en ella y ella renace en la otra punta del mundo -mirada vertical-, regalándome, entre sus más profundos pensamientos, un rincón donde sí sentirme poeta.

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