NO ES BONITO

Hace algunos años odiaba que me vieran comer. Me daba asco la idea de que alguien me viera metiéndome comida entre los dientes, masticándola, tragándola y tal vez tener que limpiarme la boca después. Odiaba la sensación de que alguien se diera cuenta de lo asquerosa que era. 

Escribo sobre esto ahora porque hace relativamente poco, un amigo que vivió esto en primera persona conmigo, me dijo que se alegraba de que ya no fuera un problema para mí algo tan básico como comer al lado de otra gente. Y la verdad es que, no es que haya dejado de ser un problema, sino que he aprendido a canalizar el odio hacia mi misma de otras maneras. 

Tal vez fue la perversión de mi cuerpo y la idea de belleza que recibí en aquel abuso de 2008, o todas las Barbies que aparte de saber hacerlo todo, estaban talladas todas con un cuerpo imposible de conseguir. Tal vez fueron las miradas llenas de "Tu nena eso no", de mi padre al querer comer lo mismo que mis hermanos, o los "mete tripa" de mi madre, la cual sé que lo decía sin un áspid de maldad. 

La mierda de nuestros padres y madres es, por desgracia, herencia que recibimos los hijos sin pedirla. De esas herencias que nadie quiere, pero que todo el mundo está condenado a sostener de generación a generación. 

Herencias que lo único que dejan es una horrible manera de mirarse. Lo único que dejan es una obsesión con tener los brazos más delgados, la tripa más plana, las costillas entreviéndose y la cara más chupada. 

Lo único que dejan es una constante busqueda de la aprobación ajena, una constante necesidad de ser aceptada por aquellos que no se aceptan a ellos mismos, pero que por alguna razón decides que tienen autoridad sobre tu mente y tu cuerpo. 

Lo único que dejan es un recipiente vacío que intenta llenarse de bienvenidas, que odia las despedidas y desea, con todo su cuerpo que tiembla, un abrazo.


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